Escribo otra vez “scrolling” en la lista de "más y menos" —ese ejercicio de reflexión donde reflejo los hábitos que quiero cultivar y los que deseo reducir cada mes—. Me quedo mirando esa palabra casi con rabia, porque me doy cuenta de que vuelvo a caer en ese bucle automático de consumir contenido rápido. La sensación de ver cómo se te escapa la vida entre los dedos. El desplazamiento infinito en plataformas digitales es tan accesible y fácil de iniciar, una forma sutil y peligrosa de distraerse, un drenaje silencioso de energía, un ladrón de presencia que tiene el poder de opacar todo lo que previamente me nutre. Una fuga de energía
Hace más de un año desde la última vez que compartí en Instagram. Estaba en plena crisis de acné, atravesando un momento en el que necesitaba mirar hacia adentro, observarme sin filtros ni distracciones. Al principio llegué a sentir que me faltaba algo, como si no existiera sin perfil digital y ahora no sé cómo volver a él. Hoy tengo 34 años, y llevo en el rostro las manchas que me dejó el embarazo, y lo curioso es que no me importa. Lo vale todo por ver la carita de la niña de mis ojos.
He pensado mucho en cómo han cambiado las redes sociales y las relaciones digitales. Lo que alguna vez fue un espacio para compartir con los nuestros, se ha transformado en una especie de escaparate donde unos pocos crean y muchos otros solo observan. Era 2017 y aún vivía en París cuando lo usaba para publicar el par de zapas nuevas o la última pieza vintage que encontraba. Era como una agenda de contactos digital, de personas que un día me cruce y pasamos un buen momento.
Las redes sociales no son las que eran ni yo tampoco.
- mi insta 2017 -
Se ha vuelto fácil caer en la ilusión de creer saber de alguien por lo que publica. Suponer que sabemos cómo están, qué sienten o cómo viven, sin cruzar una palabra. Es fácil observar a través de las redes y perdernos la pista cuando desactivas tu cuenta. Y posiblemente no podría recordar la cara de muchas personas si no fuera por esta red social, por lo que siento también una fuga de energía saber de ellas a través de sus perfiles. De las que quizás nunca vuelva a cruzar más de un like y que la única forma de interactuar en los últimos años es mediante likes. O recibir una demanda de amistad tras mudarte a otro país, sin mensajes ni decir nada. La cuestión es observar sin interacción. Asomarte a ver quien eres ahora.
Y parece evidente saber conectar de forma digital y muy confuso desabonarse de algunos perfiles.
unfollow —
Dejar de seguir a las que simplemente ya no vibran contigo. Algunas te incomodan con lo que publican, otras están ahí por puro compromiso. No las invitarías a tomar un café, ni siquiera a salir de fiesta. Están en tu lista de seguidores, pero no en tu círculo físico y emocional. También están los que sientes que te incomodan a compartir lo que te gusta. Las que conocieron una versión antigua de ti, y que posiblemente nunca sabrán en quién te has convertido. O simplemente dejar de seguir a quien no quieres ver en ese lugar.
Sin redes sociales, sería imposible sostener tantas conexiones. Las relaciones necesitan energía, cuidado y presencia. Con cada vínculo la forma de conectar es distinta. Y para que esa conexión evolucione hace falta atravesar ciertas pruebas, momentos incómodos, malentendidos, silencios... esos baches que una vez que los superas, marcan el comienzo de algo nuevo. Conectar de verdad es elegir aprender a leer al otro, a escucharlo, a mirar más allá de las expectativas. Aceptar su naturaleza y, al mismo tiempo, la nuestra. Vínculos que se nutren, no que se acumulan. De saber quién eres ahora, y con quién eliges caminar este tramo del camino. Es un recordatorio sutil de que mirar no es lo mismo que conectar. Y que la verdadera presencia, sigue siendo insustituible. Y cada dia más anhelada.
La conexión emocional se disuelve entre notificaciones. El romance ahora tiene subtítulos, filtros, y a veces, más espectadores que sentimientos reales. Y si el clásico “¿Quieres ser mi novia?” escrito con nervios en un papel doblado en cuatro está en peligro de extinción, y en su lugar, hay mensajes que se borran y relaciones que nunca se nombran, por miedo a parecer intenso, o peor aún, anticuado.
Esa mirada sostenida desde la otra esquina del salón, con una sonrisa fugaz, rozarse las manos al pasar. El corazón latía rápido con solo escuchar su nombre. El valor se juntaba en el pecho con algo de miedo y mucha ilusión.
Hoy el juego ha cambiado. Todo comienza con un follow. Luego vienen los likes estratégicos. Uno en una foto antigua para demostrar interés verdadero, otro en una historia reciente para decir “te estoy mirando”. Después, si hay ese gesto atrevido o valiente, llega el MD. Ese mensaje privado, a veces tan breve como un emoji, es lo más íntimo que se atreven a compartir en los primeros pasos. Una nueva forma de cortejo digital que reemplaza las mariposas en el estómago por el "visto".
Si superan el algoritmo y el ghosteo y logran verse en persona, entonces aparece el verdadero desafío, el interactuar cara a cara, hablar sin filtros, sin edición, sin tiempo para pensar la respuesta perfecta. Ahí es donde se nota la grieta; muchos chicos ya no saben entrarle a una chica fuera del teclado. Las palabras tropiezan, las miradas se esquivan y el silencio pesa.
No es que esta generación no quiera amar. Lo hace pero a su manera. Más inmediata, más ansiosa, más desconectada del cuerpo y el momento. Quizás hay que recordar que, una mirada honesta dice más que mil emojis. Que una sonrisa compartida sin pantallas de por medio, puede hacerte sentir esas mariposas, que lo son todo.
-10 Things I Hate About You 1999-
A veces, ese impulso casi automático de mirar el teléfono cada pocos segundos, esperando algo urgente o mágico, no es más que una forma inconsciente de buscar cercanía. Un anhelo disfrazado de hábito. Es como estirar la mano hacia una conexión genuina en medio de un mundo que normaliza cada vez más la desconexión disfrazada de hiperconectividad. Sentirse solos en medio de un mar de amigos digitales y corazones pulsados por compromiso, cortesía o por inercia. Para mí, no hay sensación más vacía que abrir una aplicación por costumbre y deslizar sin rumbo.
Y aunque lo importante no es lo que consumes sino cómo lo haces, la verdad es que hay ciertas dinámicas que drenan, son esas fugas de energía que se cuelan silenciosamente y sabotean todos esos hábitos que invitan a estar presente, que te devuelven las ganas de vivir una vida elegida.
Aunque intento dejar el teléfono en un rincón de la casa, se cuela en casi todos los momentos del día. Mientras limpio escuchando un podcast, entreno con Spotify, o busco una receta. Es mi mapa, mi biblioteca musical, mi traductor… y no niego que tiene su utilidad. Que me facilita la vida y que me permite aprender, organizarme, incluso inspirarme. Pero últimamente noto una necesidad constante de saberlo todo, de resolver cualquier duda al instante, de no dejar una pregunta sin respuesta. Como si el no saber algo no fuera tolerable, como si todo tuviera que resolverse ya. Echar de menos la incertidumbre, la duda y la reflexión. El permitir que las respuestas lleguen con el tiempo, a través de una conversación con alguien, o simplemente con la vida. No tener que entenderlo todo ahora. No tener que saberlo todo ya.
Cada vez anhelo más ciertas cosas que fueron normales cuando era niña. No por quedarme en la nostalgia de los 90, sino por la belleza en esa simplicidad. De escuchar el mismo disco en bucle, usar las cámaras desechables, un teléfono fijo que sonaba preguntando por ti. Cartas escritas a mano, fotos impresas. Y ese deseo de compartir momentos sin necesidad de registrarlo todo, de quedar y mirarnos a los ojos. Sin nada que republicar, sin la presión de contarle al mundo lo que hacemos. Me gusta volver a mandar una canción para decir te quiero. Llamar para felicitar. Estar, de verdad, para los que quiero. Y agradezco ser parte de la generación protagonista de la transición del mundo analógico al digital.
Creo que la tecnología seguirá trayendo avances extraordinarios y a ser parte de la eficiencia y comodidad de nuestro cotidiano, a la vez que se ha convertido en uno de los factores que alimenta la sensación de vacío en cuanto a conexión humana. Por eso nos queda equilibrar lo digital con lo analógico. La hiperconexión con la presencia. Cuanto más Chatgpt, más diarios escritos a mano, con tinta y silencios. Cuanta más IA, más leer en papel y ensuciarse las manos en el jardín. Más discos de vinilo. Más barbacoas con amigos y más paseos sin prisa por la naturaleza.
Las relaciones y las redes sociales no son las que eran. Pero eso nos invita a elegir de nuevo cómo queremos vincularnos. A recuperar el valor de lo real en un mundo que muchas veces se disfraza de conexión. Y a recordar que lo más humano sigue sin necesitar wifi.
me ha encantado y hecho reflexionar tantooooo, gracias!!!!!!! <3 tanto que cuestionarnos y replantearnos en nuestra forma de habitarnos y vincularnos