Acabe mayo desactivando mi cuenta de Instagram y ahora
es la única plataforma que tengo activa. Apenas sé como navegarla, pero mis ojos se adaptan para leer en una pantalla más detenidamente. Cada espacio nos permite explorar y acceder a diferentes partes de nosotros, y conectar con nuestra expresión y creatividad desde otro lugar. Los momentos de scrolling remplazaban esos que ahora se llenan de vacío, y aparecen esos en blanco donde todo es posible. Cada instante es una oportunidad para hacer lo que nos hace sentir vivos. Quiero elegir más detenidamente el mundo que me crea y de lo que me contengo. Publicar y dar luz a lo que no puede existir sin ser escrito y conectar con otras personas a través de las palabras. Por las mañanas hago journaling y bebo agua, luego leo en substack mientras que bebo café.La pata decidió poner sus huevos debajo de la cabaña y desde entonces, la miro como sale a comer y se lava pluma por pluma sumergiendo la cabeza en el agua repetidamente. Voy descalza casi todo el día y he usado esos momentos de vacío para trasplantar a las que me pedían atención. Mi piel se está curando. Estoy en eso de identificar los pensamientos que se repiten. Pienso en el lenguaje que nos anula o nos expande. En un mundo con acceso a tanta información, cada vez necesito contactar más con la mía. Apagar el ruido externo y conectar con lo que yo sé que sé.
Los momentos de aburrimiento son tan necesarios por todo lo que nos aclaran y la certeza que nos brindan. La mejor manera de analizar nuestro diálogo interno es escribirlo, quedarnos en el vacío donde al principio, se siente incomodo. Para aceptar lo que pasa, perdonar lo que no. Lo que pensamos de nosotros mismos es la cura. Y en esos momentos donde queremos evadirnos con lo que nos ansía, poder pensarnos y hablarnos de la forma que nos abraza. Todo se puede hacer adictivo independientemente de su legalidad. La culpa no es de Instagram, ni de nadie. Vivo con la necesidad de tomar responsabilidad de la forma en la que consumo mi vida. Dejar de etiquetar lo bueno y lo malo. Elegir lo que me funciona. Saber marcharse a tiempo de esos sitios, personas y hábitos, es la maestría.
Nuestros cuerpos nos hablan de como necesitan ser nutridos. Y de darnos un descanso de lo que nos hace sentir en constante dilema. Atender nuestro ritmo. Estar en lo que hacemos como si fuese algo excepcional. Hacer del cotidiano, magia. Hacerlo más suave y con atención no requiere de tiempo, solo de presencia. Comprobar como están los hombros, el cuello, el entrecejo… está a nuestra disposición. Siempre podemos parar a tomar un respiro, echar el freno un minuto. La interrupción y el jaleo siempre estarán. Aunque a veces no se trata de lo externo, sino del propio yo. O de una yo que grita fuerte lo que llevamos tiempo sin escuchar.
-Zorah
-La pata saliendo a comer.